Y luego me preguntaron qué quería decir con "cerca de la estación". El lugar que indicaba con las manos no tenía el más mínimo indicio de una vía de trenes. Le volví a decir: sigues adelante; con dos o tres cuadras llegarás a la estación. Allí, verás la casa verde oscura que te comenté. Si entras, y ves en la sala principal una lámpara lila, sabrás que estás en la casa correcta. Ocurre que algunas veces esta lámpara está apagada. No te sabría explicar las razones. No. Pero en el caso de que no puedas identicar la casa por la luz, intenta acercarte a la cocina. Allí hay una mesa redonda y unas sillas cuadradas. Pero si la deciden abrir, si se forma una elipse, bueno, tal vez no te sientas seguro para quedarte.
Yo tengo un hermano. Tengo también una hermana. De niño, hicimos cosas sin tamaño. Jugamos al baloncesto con las cabezas de unas muñequitas que tenía Julieta. En la escalera, mi hermana usaba sus manos, erguidas, para simular un poder especial y gigante, algo que sólo existe en las manos de una hermana. Yo me tiraba al suelo en una demostración de resistencia. Nada, nada. Absolutamente nada - tampoco nadie - llegaría a entender la fuerza que tiene mi hermana. Con mi hermano, hablábamos de la casa marciana en donde habíamos estado la noche pasada.
A mi lado, estas tardes en las que escribo, está un perro. Lo llamé Ernesto. No sé cómo me llamará él. Somos él y yo, difícil aprender mi nombre. Cuando acaba la luz, o llueve muy fuerte, Ernesto sube a la cama para dormir, cola rígida. Me imagino que sea una especie de miedo. Miedo a lo desconocido, que se repite cada día, siempre renovado.
Bebo agua en un vaso de cristal. No entiendo, pero mis lágrimas son saladas y no me hacen bien.
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