- ¡Señores, señores! Por favor, señores. Sólo os pido que salgáis de este cuadrado. Si queréis, sin ropa, desnudos de odio y maldad. Ah, queridos, si supierais, por Dios... Que hay mucho que fantasiar en esa vida rara, millones de secretos perdidos en el mundo-rincón imprevisible. Quise vida, gente triste. Me planteé moldar las nubes. Y los inmensos dolores que sentí, el gigante y eterno deseo por domesticar... Incomparables. El amor, el adiós, la sorpresa, la Sífilis, los viajes, el sueño de cada noche, los geranios amarillados, el invierno gris, la infinita posibilidad de universo e imaginación. La belleza de haberme transformado a mí misma en una galaxia de exaltación. El paraíso me lo hice aquí. Por cuenta. Me gasté la vida con momentos que me hicieron feliz. Trozos míos viven riéndose por ahí. Soy las cosquillas en vuestros labios en la noche de Navidad. El sol que me iluminó. O pura y sencillamente la señora-limosna buscando salvación. No os molestéis por una gorda errante. Ni por un minuto, señores. ¡No lo consideréis! Tenéis la vida muy arreglada y una felicidad demasiado bien guardada para mancharos el pensamiento con las palabras sórdidas de una perturbada anciana. Os hablo por deber y educación, pobres. Sobre todo, educación.
- ¿Mami, mami, por qué nos grita la señora?
- Nada, cariño, nada. Es loca, hijo mío; no le hagas caso.
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