"Crecer, quizá, no sea más que amontonar verdades propias. Ir dejando de lado, paulatinamente, las verdades de los otros para poner en su lugar las nuestras. Y en el caso de los varones, además, las verdades ajenas, aquellas que hay que ir dejando paulatinamente a un costado para crecer, se parecen demasiado, se me ocurre, a las verdades de nuestro padre. A la patria, en algún sentido.
La patria.
Siempre la patria.
Ese montón de verdades y mentiras heredadas, ese lugar conocido desde donde comenzar a pisar el mundo; esa lengua a medio hacer, sin terminar. Contenidos que se esconden en formas, la patria; dudas antiguas, dudas comunes, maneras de la fiesta y maneras de morir, también.
Por eso.
Sospecho que crecer, quizá, no sea más que animarse a matar al padre. Enterrarlo una tarde cualquiera con lágrimas en los ojos. Llevárselo puesto encima. O convertirse uno mismo en padre. Hacerse patria, de alguna forma, reconociendo de antemano que cualquier día próximo nuestros propios hijos también deberán matarnos. Discutiendo lo heredado; apropiándose de algún lugar nuevo, todavía sin pisar; terminando salvajemente y por un rato, nomás, de construir la lengua; deformando con entusiasmo; dudando, dudando de todo; luchando por aquello en lo que crean; festejando distinto; no muriendo.
Sobre todo no muriendo.
Como la patria.
Siempre la patria.
Y mi padre no puede levantarse de la cama durante todo el domingo.
No puede."
(Papá, p. 87, Federico Jeanmaire)
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