"La ruptura había sucedido sin demasiadas explicaciones. No supe hacerlo, se recriminaba Ariel. Ella seguía enamorada y él en cambio no sentía nada más que un cariño difuso, agarrado a lo mucho que la había deseado un día, a su relación serena, bonita, pero nunca plena. De los demás se despidió con más ruido, pero con ella corría un telón al amor, extraño, cruel. Con todos el adiós era amargo, como si cerrara un capítulo. Pero ayudaba el alcohol. No soltó el discurso que le pedian a gritos, que hable, que hable, y fue el amanecer el que los mandó definitivamente a la cama." (Saber perder, p. 66-67)
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